SALA DE LECTURA -

 SELVA ALMADA:

 DESDE ENTRE RÍOS AL MUNDO




Poemas: Mal de muñecas
 Relatos:  Una chica de provincia y Niños 
 Novelas: Ladrilleros, Chicas muertas, El viento que arrasa


Sobre esta última novela, EL VIENTO QUE ARRASA, un comentario de Nora Avalle:

Me hace preguntarme  ¿dónde está Dios?: ¿en la mente de este pastor fortuito que vive de su arenga, casi inocente, donde la única verdad reside en su Cristo o en la simpleza común y generosa de un hombre que no pide nada a la vida y que sabe que se le está yendo de a poco? 

¿Qué esconde el pastor en el abandono sin piedad de la madre de Leni y hasta cuando Leni seguirá a su padre? Dos posturas enfrentadas en una brutal pelea por el futuro de un chango sin futuro...
Total verosimilitud de personajes, realidades regionales-conozco Entre Ríos y su gente- necesidades diferentes, descripciones precisas... Esos libros que quedan, que dejan huella.

Y MIS IMPRESIONES:
También a mí me entusiasma esta escritora y acuerdo con Nora cuando se refiere a estos personajes con carnadura, que llevan el peso de su humanidad a cuestas sin plantearse demasiadas preguntas; abandonados (el abandono es un tema recurrente) en medio del paisaje seco y despojado  que los envuelve: ya sea la naturaleza o la chatarra de autos inservibles.Inservibles porque jamás los llevarán muy lejos (en especial, lejos de sí mismos) a pesar de los caminos interminables y polvorientos que subrayan la distancia hacia la nada... 

Un registro coloquial, que también se filtra en la voz del narrador, y nos descubre el origen entrerriano de los personajes. Sus creencias. Y su soledad. 


Una historia que conmueve sostenida por una trama que la escritora entretejió con pericia. Un ejemplo es esa tormenta inesperada que da un respiro no sólo a los personajes, también al lector. 


La escritora mantiene la tensión a un ritmo que nos hace leer la novela de un tirón. Y, como dice Caro Contino, esperar una segunda parte.Su comentario completo está en:


http://unacriticadenovela.blogspot.com.ar/2015/09/el-viento-que-arrasa-selva-almada.html

Elvira Uva



TRANSCRIBO DOS FRAGMENTOS:

"...Leni reprimió una risita.
-Pero para ir al cielo primero tenés que estar muerto.¿Te querés morir vos?
Tapioca movió la cabeza.
-No. Primero me gustaría ver a mi madre.
-¿Dónde está ella?
-En Rosario.
-¿Y por qué no vas a verla? Rosario no está tan lejos de acá.
-No sé dónde vive. ¿Vos conocés?
-Sí. Con mi padre vamos de vez en cuando.
-¿Y es grande?
-Ufff, sí.Es una ciudad grande, con edificios y mucha gente.
Tapioca apoyó los brazos sobre el volante. A Leni le pareció que se había puesto triste, quizá pensando en que sería imposible encontrar a su madre en un sitio tan grande. Pensó en contarle que ella también había perdido a la suya, para animarlo..."


"A campo abierto y apuntando al frente de la tormenta, se clava el hacha formando una cruz tres veces, en el último golpe se deja el hacha también metida en la tierra. Parecerá mentira para quien nunca lo vio, pero el cielo se abre, la furiosa tormenta se transforma en un viento pasajero, revoltoso. La tormenta se aleja, con la cola entre las patas, hacia un sitio donde nadie conozca el secreto. Pero, quien lo posea debe usarlo con precaución.Ahora la tierra estaba pidiendo a gritos por las rajas abiertas, un poco de lluvia. No era momento de desviar su curso..
La naturaleza, pensaba el Gringo, tiene el secreto que mata todos los secretos que puedan conocer los hombres."

AGREGO UN RELATO PUBLICADO EN EL DIARIO El País DE ESPAÑA Y UNA ENTREVISTA DEL CICLO Banda Viajera (Fondo Nacional de las Artes)

 En Buenos Aires hace frío, pero aquí en Empedrado, a 1.000 kilómetros hacia el noreste de Argentina, el invierno es amable, cálido como un verano incipiente.
Ella cura, me dice el chico de la oficina de turismo, con ese susurro inequívoco de las confesiones. Entonces le pido las coordenadas: hay que atravesar el pueblo de una punta a la otra, allí donde el caserío se termina cortado por la barranca que se precipita en las aguas del río. Me dice que se llama Señora Marina.
Llego a la última casa del final de la calle de arena. Afuera hay un pequeño altar con flores y una figurita de yeso. Una mujer joven sale de la casa con un celular en la mano. Le pregunto por la Señora Marina. Se acerca. Tiene el pelo teñido de un rubio rojizo, una sombra de barba y está embarazada. Soy yo, me dice, y aunque esperaba a una vieja bruja llena de verrugas, me digo que con el vello del bozo me alcanza.
Empezó a ver a los 9 años y se asustó. Se lo contó a su abuela que le contó que su bisabuela tenía el mismo don. La niña curandera empezó a curar y eligió a su guía, San la Muerte.
Me invita al templo. Una cripta levantada en el fondo de la casa. Nos descalzamos y ella se sienta en un trono dorado. En una estantería hay distintas figuras del santo: roja para el amor, blanca para la salud, dorada para el dinero. En el piso se amontonan las ofrendas, cada una es un milagro concedido: unas 50 botellas de buen whisky, puñados de cigarros, velas, placas de agradecimiento, un trozo de torta de cumpleaños que se están comiendo las hormigas… todo es bueno para el santito. Me dice que hace unos años hizo caminar a un paralítico. Hablamos un rato largo. De milagros y de sacrificios. Cuando los pies empiezan a enfriarse sobre las baldosas que rezuman la humedad del río, le dejo dinero para que le compre unas velas al santo y me marcho.
No iba a un curandero desde que era una niña. No sé a qué vine, pero salgo más liviana. Me llevo su número agendado en el celular porque también cura a distancia y una nunca sabe.
El cielo está azul y luminoso. Tal vez todas las desgracias del mundo puedan marchitarse bajo un sol como este.


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