SALA DE LECTURA
XII CONCURSO DE CUENTO CORTO BABEL
Tal como lo prometimos, esta semana publicamos el cuento ganador del 2º premio: ESTRELLAS EN EL PISO de la escritora riojana SARA MANGHESSI DE D'ALESSIO.
Una prosa muy trabajada y pulida que denota el oficio de la síntesis y la sugerencia. Una prosa en la que no todo está dicho. Invitamos al lector a completar el sentido de la historia.
Estrellas en el piso
El espejo destrozado explica la herida, pero sigue sin entender por qué está triste. Los vidrios forman una estrella de ocho puntas en el suelo, algo desprolija, reconoce, pero muy brillante. Duda de lo que piensa: siempre le resultó difícil ver el piso desde donde está. O los vidrios se habían estampado en el techo, todo es posible.
El sueño. En el sueño predominaba el color azul, había algo de verde y un poco más de amarillo. No recordaba que existiera el rojo. Tres de las puntas de la estrella están rojas. Es mi sangre, pensó, limpiándose el dorso de la mano izquierda, que mostraba un tajo poco profundo. La derecha estaba sana. Sin embargo seguía dominado por esa sensación de pena.
Tengo que recordar todo el sueño, pensó. Eso le había enseñado su hermano mayor. Concentrate, para recuperar todos los detalles le dijo, y se despidió para ese viaje del que nunca más volvió. Decidió concentrarse en los colores. Seguramente así le resultaría más fácil. Nada le resultaba fácil, metido en ese agujero. Y ahora con la mano lastimada, y la estrella de ocho puntas mirándolo, peor.
Azul, mucho azul, claro y luminoso. Hacía mucho tiempo había conocido el azul. Tendría 6 o 7 años. Su padre lo llevaba de la mano porque ya era casi noche y estaban en el campo, en casa de la abuela, y para cruzar a su casa había que pasar por el maizal crecido. No tengas miedo, vas conmigo, le había dicho el padre y después se dedicó a silbar O Sole Mío como una orquesta. Y en ese instante el cielo se puso azul. O quizás era en el sueño. Ahora recuerda el canto de pájaros y la brisa fresca. Los pájaros cantaban O Sole Mío y en la brisa se iba flotando el padre, sin despedirse, como cuando lo atropelló el tractor y lo único que le dejaron ver fue el cajón cerrado antes de llevárselo. Desde entonces solamente pudo cruzar el maizal de día, corriendo y con la vista baja, tratando de silbar sin conseguirlo, y nunca más el cielo fue azul, ni claro, ni luminoso. Y las manos se le lastiman y los vidrios se empeñan en romperse y mirarlo desde el piso, o el techo, quién sabe.
El sueño, pensó, tengo que volver a concentrarme. Verde y amarillo. El ibirá pitá del fondo de su casa florecido, ahora lo ve clarito. El que plantó su madre un par de otoños antes de la muerte del padre, vení hijo que quiero decirte algo en secreto: aquí, debajo de este árbol quiero que me entierren sin cajón nomás, para volver en las flores. Todavía está viva, piensa, y es la única que sabe lo del agujero. Entonces las flores del árbol en el sueño son nada más que eso, sólo primavera, no su madre volviendo. Quién podrá cumplirle el deseo a la madre, quién limpiará los vidrios, quién le dará la mano para cruzar sin miedo.
Quizás no era pena lo que sentía, sino miedo. Porque además de los colores ahora recuerda un olor particular. Inconfundible, el olor a miedo. Redondo, morado, vencedor, sólo él y la abuela habían sido capaces de identificarlo. Él lloraba, temblando, y con asco, el olor le daba asco. O era solamente el miedo que casi lo hace vomitar, ahora no está seguro. Esa noche dormía en la casa de la abuela, a poco de morir su padre. La ventana cerrada y la puerta abierta. Por eso nadie entendió cómo se rompió el espejo, el primer espejo que se le rompía cerca, y le lastimó la mano, siempre la izquierda, por suerte porque él es diestro. Lo despertó el ruido, o el olor, quizás. Lo único seguro es el abrazo de la abuela, y su voz que le dice ya va a pasar, hay olor a miedo, ya va a pasar. Y ahora se le mezclaba con el rojo de la sangre y el brillo de la estrella de vidrios rotos, y esas ganas de salir del agujero, que son nuevitas, desde el sueño.
El golpe. Ese no estaba en el sueño, estaba en el cuarto, partió el espejo, le lastimó la mano. Hay otro golpe, distinto. Suave, acompasado, como de corazón.
Toc toc toc. Silencio.
Toc toc toc. Silencio
La puerta.
Alguien toca la puerta.
Él desde el agujero dice por primera vez una palabra. La puerta se abre y deja pasar a su hermano, qué viejo está su hermano, pero qué cerca. O es el sueño de nuevo, tiene que concentrarse.
No, porque lo está abrazando, lo saca de su agujero, le acaricia la herida, recoge sus pedazos, limpia los vidrios, lo toma de la mano y le dice no tengas miedo, vas conmigo. Despacio, con cuidado, lo va acercando al patio. El ibirá es un ramo de flores amarillas. El cielo está azul, claro, luminoso.
Hay una brisa suave, y sin haberlo aprendido nunca, comienza a silbar O Sole Mío, tímidamente, como pájaro sin jaula.
En el cuarto, del otro lado de la puerta, alguien cuelga un espejo.
SARA MANGHESSI DE D' ALESSIO
Para los lectores interesados en seguir leyéndola para disfrutar de imágenes que apelan a todos los sentidos, de la esencia poética de sus textos, de su sensible inmersión en la realidad del mundo, Sara dejó en la biblioteca VALIJAS CON VOCES. Una publicación, que emociona también por la calidad estética.
www.datarioja.com |
Comentarios