Perdonen nuestros placeres / Fragmentos


Sandra Russo
lustradora Raquel Cané
V & R editoras





UN RATO EN EL BALCÓN
Podemos Sacarnos la ropa cuando está sucia, podemos sacarnos las dudas cuando hacemos preguntas, podemos sacarnos el hambre si comemos.
Pero no podemos sacarnos la ciudad. Vivimos en ella y la llevamos a todas partes con nosotras. Es una manera piadosa de decir que es la ciudad la que nos lleva, nos trae, nos contiene, nos aprieta, nos tizna, nos abruma.
Quizá sea esa coraza de ciudad la que intentamos sacarnos cuando salimos un rato al balcón. Allí tenemos, en macetas, pequeños relicarios de la naturaleza. Brotes ingobernables que estallan o se niegan a estallar.
Hojas nuevas, hojas secas, capullos inesperados, brotes que nos iluminan esa media hora en la que todo se reduce a hacerle compañía a la vida que vibra en el balcón.
Los milagros se suceden, subterráneos, incontables. Las plantas y las flores saben historias que no fueron escritas. El ciclo de nacimientos y de muertes se repite acelerado, desdramatizado y dócil en esa fertilidad que implica millones e acontecimientos que jamás descubriremos. Salimos al balcón a ser candorosamente pequeñas, distraídamente libres.


***



EMPAPARSE
Rápido, rápido que llueve. Más rápido. Y el paraguas éste, made in Taiwan, que no se abre. Y qué bobas, no haber traído impermeable, si se advería que iba a llover con sólo oler el aire. No es una lluvia inocente. Esta lluvia tiene ganas. Caen gotones del tamaño de una nuez sobre nuestras cabezas. Nos estamos mojando. Y cómo nos estamos mojando. Y qué raro, qué bueno, qué conocida es esta sensación de empaparse. Nos empapábamos así cuando teníamos 18 años y estábamos enamoradas de alguien que no nos hacía caso. Y sufríamos y gozábamos ese enamoramiento. Ese ardor. Nos empapábamos cuando éramos más intensas, tajos agudos de vida, cuando éramos muy jóvenes. Y ahora también.


***


TODOS DUERMEN
Nos despertamos y qué rabia, es tan temprano. Hacemos cuentas en duermevela: podríamos dormir una o dos horas más. Pero no hay caso. Y sigilosas, salimos de la cama. Todos duermen. Hacemos magia con los picaportes, las escaleras, las celosías. Somos mimos que se desplazan por la casa con los movimientos más ligeros y leves. Ya no importa estar despiertas. O mejor dicho: qué dicha ver por la ventana el espectáculo anaranjado del amanecer. Miramos la cafetera, que descansa sobre el fuego. El silencio es tan intenso que hasta esa llama tan pequeña se puede oir.
Ya con la taza de café en las manos aspiramos el perfume de la vigilia.

Lectura del libro con la voz de Eduardo Aliverti AQUÍ

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