UN D脥A PERFECTO PARA EL PEZ BANANA / J.D. Salinger







En el hotel hab铆a noventa y siete publicitarios neoyorquinos, y monopolizaban las l铆neas telef贸nicas de larga distancia de tal manera que la chica del 507 tuvo que esperar su llamada desde el mediod铆a hasta las dos y media de la tarde. Pero no perdi贸 el tiempo. En una revista femenina de bolsillo ley贸 una nota titulada El sexo es divertido... o infernal . Lav贸 su peine y su cepillo. Quit贸 una mancha de la falda de su traje beige. Corri贸 un poco el bot贸n de la blusa de Saks. Se arranc贸 los dos pelos que acababan de salirle en el lunar. Cuando, por fin, la operadora la llam贸, estaba sentada al lado de la ventana y casi hab铆a terminado de pintarse las u帽as de la mano izquierda.
Era una chica a la que una llamada telef贸nica no le hac铆a gran efecto. Daba la impresi贸n de que el tel茅fono hubiera estado sonando constantemente desde que ella alcanz贸 la pubertad.
Mientras el tel茅fono llamaba, con el pincelito del esmalte se repas贸 la u帽a del dedo me帽ique, acentuando el borde de la luna. Tap贸 el frasco y, poni茅ndose de pie, abanic贸 en el aire su mano pintada, la izquierda. Con la mano seca, tom贸 del asiento junto a la ventana un cenicero repleto y lo llev贸 hasta la mesita de luz, donde estaba el tel茅fono. Se sent贸 en una de las dos camas gemelas ya tendida y -ya era la cuarta o quinta llamada- levant贸 el tubo del tel茅fono.
-Hola -dijo, manteniendo extendidos los dedos de la mano izquierda lejos de la bata de seda blanca, que era lo 煤nico que ten铆a puesto, salvo las chinelas: los anillos estaban en el cuarto de ba帽o.
-Su llamada a Nueva York, se帽ora Glass -dijo la operadora.
-Gracias -contest贸 la chica, e hizo lugar en la mesita de luz para el cenicero.
A trav茅s del auricular lleg贸 una voz de mujer:
-¿Muriel? ¿Eres t煤?
La chica alej贸 un poco el auricular del o铆do.
-S铆, mam谩. ¿C贸mo est谩s? -dijo.
-He estado preocupad铆sima por ti. ¿Por qu茅 no llamaste? ¿Est谩s bien?
-Trat茅 de telefonear anoche y anteanoche. Los tel茅fonos ac谩 han...
-¿Est谩s bien, Muriel?
La chica aument贸 un poco m谩s el 谩ngulo entre el auricular y su oreja.
-Estoy perfectamente. Con calor. Este es el d铆a m谩s caluroso que ha habido en la Florida desde...
-¿Por qu茅 no llamaste? Estuve tan preocupada...
-Mam谩, querida, no me grites. Puedo o铆rte perfectamente -dijo la chica-. Anoche te llam茅 dos veces. Una vez justo despu茅s...
-Le dije a tu padre que seguramente llamar铆as anoche. Pero no, 茅l ten铆a que... ¿Est谩s bien, Muriel? Dime la verdad.
-Estoy perfectamente. Por favor, no me preguntes siempre lo mismo.
-¿Cu谩ndo llegaron?
-No s茅... el mi茅rcoles, a la madrugada.
-¿Qui茅n manej贸?
-El -dijo la chica-. Y no te asustes. Condujo bien. Yo misma estaba asombrada.
-¿Manej贸 茅l? Muriel, me diste tu palabra de que...
-Mam谩 -interrumpi贸 la chica-, acabo de dec铆rtelo. Condujo perfectamente. No pasamos de ochenta en todo el camino, 茅sa es la verdad.
-¿No trat贸 de hacerse el tonto otra vez con los 谩rboles?
-Vuelvo a repetirte que manej贸 muy bien, mam谩. Vamos, por favor. Le ped铆 que se mantuviera cerca de la l铆nea blanca del centro, y todo lo dem谩s, y entendi贸 perfectamente, y lo hizo. Hasta se esforzaba por no mirar los 谩rboles... pod铆a notarse. Entre par茅ntesis, ¿pap谩 hizo arreglar el auto?
-Todav铆a no. Piden cuatrocientos d贸lares, s贸lo para...
-Mam谩, Seymour le dijo a pap谩 que pagar铆a 茅l. No hay motivo, entonces...
-Bueno, ya veremos. ¿C贸mo se port贸? Digo, en el auto y dem谩s...
-Muy bien -dijo la chica.
-¿Sigui贸 llam谩ndote con ese horroroso...?
-No. Ahora tiene uno nuevo.
-¿Cu谩l?
-Mam谩... ¡qu茅 importancia tiene!
-Muriel, insisto en saberlo. Tu padre...
-Est谩 bien, est谩 bien. Me llama Miss Buscona Espiritual 1948 -dijo la chica, con una risita.
-No tiene nada de gracioso, Muriel. Nada de gracioso. Es horrible. Realmente, es triste. Cuando pienso c贸mo...
-Mam谩 -interrumpi贸 la chica-, esc煤chame. ¿Te acuerdas de aquel libro que me mand贸 de Alemania? Acu茅rdate... esos poemas en alem谩n. ¿Qu茅 hice con 茅l? Me he estado rompiendo la cabeza...
-T煤 lo tienes.
-¿Est谩s segura? -dijo la chica.
-Por supuesto. Es decir, lo tengo yo. Est谩 en el cuarto de Freddy. Lo dejaste aqu铆 y no hab铆a lugar en la... ¿Por qu茅? ¿El te lo pidi贸?
-No. Simplemente me pregunt贸 por 茅l, cuando ven铆amos en el auto. Me pregunt贸 si lo hab铆a le铆do.
-¡Pero est谩 en alem谩n!
-S铆, querida. Ese detalle no tiene importancia -dijo la chica, cruzando las piernas-. Dijo que casualmente los poemas hab铆an sido escritos por el 煤nico gran poeta de este siglo. Me dijo que deber铆a haber comprado una traducci贸n o algo as铆. O aprendido el idioma... nada menos...
-Espantoso. Espantoso. En verdad es triste. Anoche dijo tu padre...
-Un segundito, mam谩 -dijo la chica. Cruz贸 hasta el asiento junto a la ventana en busca de sus cigarrillos, encendi贸 uno y volvi贸 a sentarse en la cama-. ¿Mam谩? -dijo, exhalando el humo.
-Muriel... mira, esc煤chame.
-Te estoy escuchando.
-Tu padre habl贸 con el doctor Sivetski.
-¿Aj谩? -dijo la chica.
-Le cont贸 todo. Por lo menos, as铆 me dijo... ya sabes c贸mo es tu padre. Los 谩rboles. Ese asunto de la ventana. Las cosas horribles que le dijo a la abuela acerca de sus proyectos sobre la muerte. Lo que hizo con esas fotos tan hermosas de las Bermudas... todo.
-¿Y entonces...? -dijo la chica.
-En primer lugar, dijo que era un verdadero crimen que el ej茅rcito lo hubiera dado de alta en el hospital. Palabra. En definitiva, dijo a tu padre que hay una posibilidad... una posibilidad muy grande, dijo, de que Seymour pierda por completo la cabeza. Te lo juro.
-Aqu铆 en el hotel hay un psiquiatra -dijo la chica.
-¿Qui茅n? ¿C贸mo se llama?
-No s茅. Rieser o algo as铆. Dicen que es muy bueno.
-Nunca lo o铆 nombrar.
-De todos modos dicen que es muy bueno.
-Muriel, por favor, no seas inconsciente. Estamos muy preocupados por ti. Lo cierto es que... anoche tu padre estuvo a punto de cablegrafiarte que volvieras inmediatamente a casa...
-Por ahora no pienso volver, mam谩. As铆 que t贸malo con calma...
-Muriel... palabra... El doctor Sivetski dijo que Seymour pod铆a perder por completo la...
-Mam谩, acabo de llegar. Hace a帽os que no me tomo vacaciones, y no pienso meter todo en la valija y volver a casa porque s铆 -dijo la chica-. De cualquier modo, ahora no podr铆a viajar. Estoy tan quemada por el sol que ni me puedo mover.
-¿Te quemaste mucho? ¿No usaste ese bronceador que te puse en la valija? Est谩...
-Lo us茅. Me quem茅 lo mismo.
-¡Qu茅 horror! ¿D贸nde te quemaste?
-Me quem茅 toda, mam谩, toda.
-¡Qu茅 horror!
-No me voy a morir.
-Dime, ¿le hablaste a ese psiquiatra? -Bueno... s铆... m谩s o menos... -dijo la chica.
-¿Qu茅 dijo? ¿D贸nde estaba Seymour cuando le hablaste?
-En la Sala Oc茅ano, tocando el piano. Toc贸 el piano las dos noches que hemos pasado aqu铆.
-Bueno, ¿qu茅 dijo?
-¡Oh, no mucho! El fue el primero en hablar. Yo estaba sentada anoche a su lado, jugando al Bingo, y me pregunt贸 si el que tocaba el piano en la otra sala era mi marido. Le dije que s铆, y me pregunt贸 si Seymour no hab铆a estado enfermo o algo por el estilo. Entonces yo le dije...
-¿Por qu茅 te hizo esa pregunta?
-No s茅, mam谩. Tal vez porque lo vio tan p谩lido, y qu茅 s茅 yo -dijo la chica-. La cuesti贸n es que despu茅s de jugar al Bingo, 茅l y su mujer me invitaron a tomar una copa. Y yo acept茅. La mujer es espantosa. ¿Te acuerdas de aquel vestido de noche tan horrible que vimos en la vidriera de Bonwit? Que t煤 dijiste que hab铆a que tener un chico, chiqu铆simo...
-¿El verde?
-Lo ten铆a puesto. Con esas caderas. Se la pas贸 pregunt谩ndome si Seymour estaba emparentado con esa Suzanne Glass que tiene una tienda en la avenida Madison... la mercer铆a...
-¿Pero 茅l qu茅 dijo? El m茅dico.
-¡Ah! s铆... Bueno... en realidad, mucho no dijo. Sabes, est谩bamos en el bar. Hab铆a un bochinche terrible.
-S铆, pero... ¿le... le dijiste lo que trat贸 de hacer con el sill贸n de la abuela?
-No, mam谩. No abund茅 en detalles -dijo la chica-. Seguramente podr茅 hablarle de nuevo. Se pasa todo el d铆a en el bar.
-¿No dijo si hab铆a alguna posibilidad de que pudiera ponerse... t煤 sabes, raro, o algo as铆...? ¿De que pudiera hacerte algo...?
-En realidad, no -dijo la chica-. Necesita conocer m谩s detalles, mam谩. Tienen que saber todo sobre la infancia de uno... todas esas cosas. Ya te digo, el ruido era tal que apenas pod铆amos hablar.
-En fin. ¿Y tu abrigo azul?
-Bien. Le alivian茅 un poco el forro.
-¿C贸mo es la ropa este a帽o?
-Terrible. Pero encantadora. Por todos lados se ven lentejuelas -dijo la chica.
-¿Y tu habitaci贸n?
-Est谩 bien. Pero nada m谩s que eso. No pudimos conseguir la habitaci贸n que nos daban antes de la guerra -dijo la chica-. Este a帽o la gente es un espanto. Tendr铆as que ver a los que se sientan al lado nuestro en el comedor. Parece que hubieran venido en un cami贸n.
-Bueno, en todas partes es igual. ¿Y tu vestido tipo bailarina?
-Demasiado largo. Te dije que era demasiado largo.
-Muriel, te lo voy a preguntar una vez m谩s... ¿En serio est谩s bien?
-S铆, mam谩 -dijo la chica-. Por en茅sima vez.
-¿Y no quieres volver a casa?
-No, mam谩.
-Tu padre dijo anoche que estar铆a encantado de hacerse cargo si quisieras irte sola a alg煤n lado y pensarlo bien. Podr铆as hacer un hermoso crucero. Los dos pensamos...
-No, gracias -dijo la chica, y descruz贸 las piernas-. Mam谩, esta llamada va a costar una flor...
-Cuando pienso c贸mo estuvieste esper谩ndolo a ese muchacho durante toda la guerra... quiero decir, cuando una piensa en esas esposas tan locas que...
-Mam谩 -dijo la chica-. Colguemos. Seymour puede llegar en cualquier momento.
-¿D贸nde est谩?
-En la playa.
-¿En la playa? ¿Solo? ¿Se porta bien en la playa?
-Mam谩 -dijo la chica-. Hablas de 茅l como si fuera un loco furioso.
-No dije nada de eso, Muriel.
-Bueno, 茅sa es la impresi贸n que das. Mira, todo lo que hace es estar tendido en la arena. Ni siquiera se quita la salida de ba帽o.
-¿No se quita la salida de ba帽o?¿Por qu茅 no?
-No lo s茅. Tal vez porque tiene la piel tan blanca.
-Dios m铆o, necesita tomar sol. ¿Por qu茅 no lo obligas?
-Lo conoces muy bien -dijo la chica, y volvi贸 a cruzarse de piernas-. Dice que no quiere tener un mont贸n de imb茅ciles alrededor mir谩ndole el tatuaje.
-¡Si no tiene ning煤n tatuaje! ¿O acaso se hizo tatuar cuando estaba en la guerra? -No, mam谩. No, querida -dijo la chica, y se puso de pie-. Esc煤chame, a lo mejor te llamo otra vez ma帽ana.
-Muriel. Hazme caso.
-S铆, mam谩 -dijo la chica, cargando su peso sobre la pierna derecha.
-Ll谩mame en el mismo momento en que haga, o diga, algo raro..., t煤 me entiendes. ¿Me oyes?
-Mam谩, no le tengo miedo a Seymour.
-Muriel, quiero que me lo prometas.
-Bueno, te lo prometo. Adi贸s, mam谩 -dijo la chica-. Cari帽os a pap谩 -colg贸.
-Ver m谩s vidrio * -dijo Sybil Carpenter, que estaba alojada en el hotel con su mam谩-. ¿Viste m谩s vidrio?
-Gatita, por favor, no sigas repitiendo eso. La vas a enloquecer a mamita. Qu茅date quieta, por favor.
La se帽ora Carpenter untaba la espalda de Sybil con bronceador, reparti茅ndolo sobre sus om贸platos, delicados como alas. Sybil estaba precariamente sentada en una enorme y tensa pelota de playa, mirando el oc茅ano. Usaba un traje de ba帽o de color amarillo canario, de dos piezas, una de las cuales no necesitar铆a realmente por nueve o diez a帽os m谩s.
-En verdad no era m谩s que un pa帽uelo de seda com煤n... una pod铆a darse cuenta cuando se acercaba a mirarlo -dijo la mujer sentada en la reposera contigua a la de la se帽ora Carpenter-. Ojal谩 supiera c贸mo lo anud贸. Era una preciosura.
-Por lo que usted me dice, parece precioso -asinti贸 la se帽ora Carpenter.
-Qu茅date quieta, Sybil, gatita...
-¿Viste m谩s vidrio? -dijo Sybil.
La se帽ora Carpenter suspir贸.
-Muy bien -dijo. Tap贸 el frasco de bronceador-. Ahora vete a jugar, gatita. Mamita va a ir al hotel a tomar un copet铆n con la se帽ora Hubbel. Te traer茅 la aceituna.
Cuando qued贸 en libertad, Sybil corri贸 de inmediato hacia la parte asentada de la playa y ech贸 a andar hacia el Pabell贸n de los Pescadores. Se detuvo 煤nicamente para hundir un pie en un castillo inundado y derruido, y enseguida dej贸 atr谩s la zona reservada a los clientes del hotel.
Camin贸 cerca de medio kil贸metro y de pronto ech贸 a correr oblicuamente, alej谩ndose del agua hacia las arenas flojas. Se detuvo al llegar al sitio en que un hombre joven estaba echado de espaldas.
-¿Vas a ir al agua, ver m谩s vidrio? -dijo.
El joven se sobresalt贸, y se llev贸 la mano derecha, instintivamente, a las solapas de su salida de ba帽o. Se volvi贸 boca abajo, dejando caer una toalla enrollada como una salchicha que ten铆a sobre los ojos, y mir贸 de reojo a Sybil.
-¡Ah!, hola Sybil.
-¿Vas a ir al agua?
-Te estaba esperando -dijo el joven-. ¿Qu茅 hay de nuevo?
-¿Qu茅? -dijo Sybil.
-¿Qu茅 hay de nuevo? ¿Qu茅 programa tenemos?
-Mi pap谩 llega ma帽ana en avi贸n -dijo Sybil, pateando la arena.
-No me tires arena a la cara, nena -dijo el joven, tomando con una mano el tobillo de Sybil-. Bueno, era hora de que tu papi llegara. Lo he estado esperando cada minuto. Cada minuto.
-¿D贸nde est谩 la se帽ora?
-¿La se帽ora? -el joven hizo un movimiento, sacudi茅ndose la arena del pelo ralo-. Dif铆cil saberlo, Sybil. Puede estar en miles de lugares. En la peluquer铆a. Haci茅ndose te帽ir el pelo de color vis贸n. O haciendo mu帽ecos para los chicos pobres en su habitaci贸n.
Poni茅ndose boca abajo cerr贸 los dos pu帽os, apoy贸 uno encima del otro y acomod贸 el ment贸n sobre el de arriba.
-Preg煤ntame algo m谩s, Sybil -dijo-. Tienes un traje de ba帽o muy lindo. Si hay algo que me gusta, es un traje de ba帽o azul.
Sybil lo mir贸 fijo, y despu茅s contempl贸 su barriga sobresaliente.
-Este es amarillo -dijo-. Es amarillo.
-¿En serio? Ac茅rcate un poco m谩s.
Sybil dio un paso adelante. -Tienes toda la raz贸n del mundo. Qu茅 tonto soy.
-¿Vas a ir al agua? -dijo Sybil.
-Lo estoy considerando seriamente, Sybil. Lo estoy pensando muy en serio, si quieres saberlo.
Sybil hundi贸 los dedos en el flotador de goma que el joven usaba a veces como almohad贸n. -Necesita aire -dijo.
-Es verdad. Necesita m谩s aire de lo que estoy dispuesto a reconocer -retir贸 los pu帽os y dej贸 que el ment贸n descansara en la arena-. Sybil -dijo-, est谩s muy linda. Es un gusto verte. Cu茅ntame algo de ti -estir贸 los brazos hacia adelante y tom贸 en sus manos los dos tobillos de Sybil-. Yo soy capricorniano. ¿Cu谩l es tu signo?
-Sharon Lipschutz dijo que la dejaste sentarse a tu lado en el taburete del piano -dijo Sybil.
-¿Sharon Lipschutz dijo eso?
Sybil asinti贸 en茅rgicamente.
Le solt贸 los tobillos, encogi贸 los brazos y recost贸 el costado de la cara en el antebrazo derecho.
-Bueno -dijo-. T煤 sabes c贸mo son estas cosas, Sybil. Yo estaba sentado ah铆, tocando. Y t煤 te hab铆as perdido de vista totalmente y vino Sharon Lipschutz y se sent贸 a mi lado. No pod铆a sacarla de un empuj贸n, ¿no es cierto?
-S铆 que pod铆as.
-!Ah!, no. No era posible -dijo el joven-. Pero, ¿sabes lo que hice, en cambio?
-¿Qu茅?
-Hice de cuenta que eras t煤.
Sybil inmediatamente baj贸 la cabeza y empez贸 a cavar en la arena.
-Vamos al agua -dijo.
-Bueno -replic贸 el joven-. Creo que puedo arreglarme para hacerlo.
-La pr贸xima vez, s谩cala de un empuj贸n -dijo Sybil.
-¿Que saque a qui茅n?
-A Sharon Lipschutz.
-¡Ah!, Sharon Lipschutz -dijo 茅l-. ¡C贸mo aparece siempre ese nombre! Mezcla de recuerdos y deseos -repentinamente se puso de pie y mir贸 el mar-. Sybil -dijo-, ya s茅 lo que podemos hacer. Vamos a tratar de pescar un pez banana.
-¿Un qu茅?
-Un pez banana -dijo, y desanud贸 el cinto de su salida de ba帽o.
Se la quit贸. Ten铆a los hombros blancos y angostos y el pantal贸n de ba帽o era azul el茅ctrico. Pleg贸 la salida, primero a lo largo, despu茅s en tres dobleces. Desenroll贸 la toalla que hab铆a puesto sobre los ojos, la tendi贸 sobre la arena y puso encima la salida plegada. Se agach贸, recogi贸 el flotador y lo sujet贸 bajo su brazo derecho. Luego, con la mano izquierda tom贸 la de Sybil.
Los dos echaron a andar hacia el mar.
-Me imagino que ya habr谩s visto unos cuantos peces banana -dijo el joven. Sybil sacudi贸 la cabeza negativamente.
-¿En serio que no? Pero, ¿d贸nde vives, entonces?
-No s茅 -dijo Sybil.
-Claro que sabes. Tienes que saber. Sharon Lipschutz sabe donde vive, y no tiene m谩s que tres a帽os y medio.
Sybil se detuvo y de un tir贸n arranc贸 su mano de la de 茅l. Recogi贸 una conchilla com煤n y la observ贸 con estudiado inter茅s. Luego la tir贸.
-Whirly Wood, Connecticut -dijo, y ech贸 nuevamente a andar, con la barriga hacia adelante. -Whirly Wood, Connecticut -dijo el joven-. ¿Eso, por casualidad, no est谩 cerca de Whirly Wood, Connecticut?
Sybil lo mir贸:
-Ah铆 es donde vivo -dijo con impaciencia-. Vivo en Whirly Wood, Connecticut.
Se adelant贸 unos pasos, tom贸 el pie izquierdo con la mano izquierda y dio dos o tres saltos.
-No te imaginas c贸mo eso aclara todo -dijo 茅l.
Sybil solt贸 su pie: -¿Has le铆do El negrito sambo? -dijo.
-Es gracioso que me preguntes eso -dijo 茅l-. Da la casualidad que acab茅 de leerlo anoche -se inclin贸 y volvi贸 a tomar la mano de Sybil-. ¿Qu茅 te pareci贸? -le pregunt贸.
-¿Los tigres corr铆an todos alrededor de ese 谩rbol?
-Cre铆 que nunca iban a parar. Jam谩s vi tantos tigres.
-No eran m谩s que seis -dijo Sybil.
-¡Nada m谩s que seis! -dijo el joven-. ¿Y dices nada m谩s?
-¿Te gusta la cera? -pregunt贸 Sybil.
-¿Si me gusta qu茅? -dijo el joven.
-La cera.
-Mucho. ¿A ti no?
Sybil asinti贸 con la cabeza. -¿Te gustan las aceitunas? -pregunt贸.
-¿Las aceitunas?... S铆. Las aceitunas y la cera. Nunca voy a ning煤n lado sin ellas.
-¿Te gusta Sharon Lipschutz? -pregunt贸 Sybil.
-S铆. S铆, me gusta. Lo que me gusta m谩s que nada de ella es que nunca le hace cosas feas a los perritos en la sala del hotel. Por ejemplo a ese bulldog enano de la se帽ora canadiense. Te resultar谩 dif铆cil creerlo, pero hay algunas nenas que se divierten mucho molest谩ndolo con los palitos de los globos. Pero Sharon, jam谩s. Nunca es mala ni grosera. Por eso la quiero tanto.
Sybil no dijo nada.
-Me gusta masticar velas -dijo ella por 煤ltimo.
-¡Ah!, ¿y a qui茅n no? -dijo el joven moj谩ndose los pies-. ¡Caracoles! Est谩 fr铆a. -Dej贸 caer el flotador en el agua-. No, espera un segundo, Sybil. Espera a que estemos un poquito m谩s afuera.
Avanzaron hasta que el agua lleg贸 a la cintura de Sybil. Entonces el joven la levant贸 y la deposit贸 boca abajo en el flotador.
-¿Nunca usas gorra de ba帽o ni nada de eso? -pregunt贸.
-No me sueltes -dijo Sybil-. Suj茅tame, ¿quieres?
-Se帽orita Carpenter. Por favor. Yo s茅 lo que estoy haciendo -dijo el joven-. S贸lo oc煤pate de ver si aparece un pez banana. Hoy es un d铆a perfecto para peces banana.
-No veo ninguno -dijo Sybil.
-Es muy posible. Sus costumbres son muy curiosas. Muy curiosas.
Sigui贸 empujando el flotador. El agua no le alcanzaba al pecho.
-Llevan una vida muy triste -dijo-. ¿Sabes lo que hacen, Sybil?
Ella mene贸 la cabeza.
-Bueno, te dir茅. Entran en un pozo que est谩 lleno de bananas. Cuando entran, parecen peces como todos los dem谩s. Pero una vez adentro, se portan como cochinos. ¿Sabes?, he o铆do hablar de peces banana que han entrado nadando en pozos de bananas y llegaron a comer setenta y ocho bananas -empuj贸 al flotador y a su pasajera treinta cent铆metros m谩s cerca del horizonte-. Claro, despu茅s de eso engordan tanto que no pueden volver a salir. No pasan por la puerta.
-No vayamos tan lejos -dijo Sybil-. ¿Y qu茅 pasa despu茅s con ellos?
-¿Qu茅 pasa con qui茅nes?
-Con los peces banana.
-Bueno, ¿te refieres a despu茅s de comer tantas bananas que no pueden salir del pozo?
-S铆 -dijo Sybil.
-Mira, lamento dec铆rtelo, Sybil. Se mueren.
-¿Por qu茅? -pregunt贸 Sybil.
-Contraen fiebre banan铆fera. Es una enfermedad terrible.
-Ah铆 viene una ola -dijo Sybil nerviosa.
-La ignoraremos. La mataremos con la indiferencia -dijo el joven-, como dos engre铆dos. -Tom贸 los tobillos de Sybil con ambas manos y empuj贸 para adelante y para abajo. El flotador levant贸 la proa por encima de la ola. El agua empap贸 los cabellos rubios de Sybil, pero sus gritos eran de puro placer.
Cuando el flotador estuvo nuevamente en posici贸n horizontal, se apart贸 de los ojos un mech贸n de pelo pegado, h煤medo, y coment贸: -Acabo de ver uno.
-¿Un qu茅, mi amor?
-Un pez banana.
-¡No, por Dios! -dijo el joven-. ¿Ten铆a alguna banana en la boca?
-S铆 -dijo Sybil-. Seis.
El joven de pronto tom贸 uno de los empapados pies de Sybil que colgaban por el borde del flotador y le bes贸 la planta.
-¡Eh! -dijo la propietaria del pie, volvi茅ndose.
-¿C贸mo, eh? Ahora volvamos. ¿Ya te divertiste bastante?
-¡No!
-Lo siento -dijo, y empuj贸 el flotador hacia la playa hasta que Sybil descendi贸. El resto del camino lo llev贸 bajo el brazo.
-Adi贸s -dijo Sybil y sali贸 corriendo, sin lamentarlo, en direcci贸n al hotel.
El joven se puso la salida de ba帽o, cruz贸 bien sus solapas y meti贸 la toalla en el bolsillo. Recogi贸 el flotador mojado y resbaloso y lo acomod贸 bajo el brazo. Camin贸 solo, trabajosamente, por la arena caliente, blanda, hasta el hotel.
En el primer nivel de la planta baja del hotel -que los ba帽istas deb铆an usar seg煤n instrucciones de la gerencia- entr贸 con 茅l en el ascensor una mujer con la nariz cubierta de pomada de zinc. -Veo que me est谩 mirando los pies -dijo 茅l, cuando el ascensor se puso en marcha.
-¿C贸mo dice? -dijo la mujer.
-Dije que veo que me est谩 mirando los pies.
-¡C贸mo dijo! Casualmente estaba mirando el piso -dijo la mujer, y se dio vuelta enfrentando las puertas del ascensor.
-Si quiere mirarme los pies, d铆galo -dijo el joven-. Pero, maldita sea, no trate de hacerlo con tanto disimulo.
-D茅jeme salir, por favor -dijo r谩pidamente la mujer a la ascensorista.
Las puertas se abrieron y la mujer sali贸 sin mirar hacia atr谩s.
-Tengo los pies completamente normales y no veo por qu茅 demonios tienen que mir谩rmelos -dijo el joven-. Quinto piso por favor.
Sac贸 la llave del cuarto del bolsillo de su salida de ba帽o.
Baj贸 en el quinto piso, camin贸 por el pasillo y abri贸 la puerta del 507. La habitaci贸n ol铆a a valijas nuevas de cuero de vaquillona y a quitaesmalte de u帽as.
Ech贸 una ojeada a la chica que dorm铆a en una de las camas gemelas. Despu茅s fue hasta una de las valijas, la abri贸 y extrajo una autom谩tica debajo de una pila de calzoncillos y camisetas -Ortgies calibre 7.65-. Sac贸 el cargador, lo examin贸 y volvi贸 a colocarlo. Corri贸 el seguro. Despu茅s se sent贸 en la cama desocupada, mir贸 a la chica, apunt贸 con la pistola y se descerraj贸 un tiro en la sien derecha.
(*) Aqu铆 la ni帽a se refiere a Seymour Glass (pronunciado Simor-glas) cuyo nombre confunde con las palabras see more glas (ver m谩s vidrio) por su casi id茅ntica profunciaci贸n. N. d. T.

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