Yarará de Felipe Boyajian
Hay una hora, de seis a siete de la tarde, en la que me pongo raro. Las hojas del nogal hacen sombra sobre la pared azulejada del baño y las observo mientras hago pis sentado. A esa hora siempre hago pis sentado porque me pongo a pensar sobre mi vida. Mamá me quiere mandar al sicólogo porque dice que eso no es normal en un chico de once años. Mañana por suerte cumplo doce. Tiro la cadena y pienso que quizás sea el último pis sentado que haga hasta que sea viejo y ya no pueda mear de parado.
Hoy cumplo doce años. Es sábado. Me encanta que mi cumple caiga un fin de semana. A la tarde vienen mis compañeros, vamos a jugar al beisbol en el campito de al lado. Espero que venga María Luz. Ayer, mientras la llevaba a su casa, me dijo que no estaba segura si la iban a dejar venir porque es más chica que el resto. La hora más linda del día es cuando se sube a mi bici y el viento me hace oler el perfume de su pelo. Shampoo de manzanilla. Nunca pedaleo más lento como en las diez cuadras que nos separan de su casa.
Hace un rato llegaron mis abuelos. Trajeron alfajores Havanna, una caja de doce. Dicen que lo vieron a Sofovich en la playa, que es alto y estaba con dos rubias, me parece que son conejitas de playboy. No me imagino a Sofovich haciendo pis de parado, es de los que se sienta y deja la puerta abierta.
Estamos por cortar la torta. María Luz no vino, pero me mandó un regalo. Soplo las velas y me olvido de pedir un deseo. En realidad no tengo tiempo de pensarlo bien. La torta es de crema y tiene duraznos en almíbar y confites. Los confites están de más. Algunos de los chicos se van y otros se quedan hasta tarde jugando con la Play que me regaló mi papá. Llega mi tía Ruth.
La tía Ruth tiene treinta y no tiene novio. Siempre se queja de eso. Tiene las tetas más lindas que vi en mi vida. El otro día viajábamos juntos en el auto y pasamos por una tapia que tenía escrita con aerosol la palabra pija. Ella la leyó en voz alta y cuando se dio cuenta dijo “pijama” para disimular. Mi mamá subió la radio. Hoy la tía Ruth me trajo un sobre. Pensé que era plata, pero adentró había un papel escrito en imprenta que decía: “vale por una semana en el campamento Eben Ezer”, al final dibujado un corazón.
Le dije a mi mamá que no quiero ir al campamento evangelista ese. Mamá dice que haga lo que quiera, que le decisión es mía. Papá insiste que tengo que ir, que es lo que corresponde porque la tía se gastó medio aguinaldo en la inscripción. Más tarde escucho como discuten mis viejos en la cocina. Papá dice que la tía solo quiere compartir el amor de dios con su sobrino. Mi mamá me defiende, le dice que lo que le hace falta a mi tía no es el amor de dios sino un buen pijama party.
El finde que viene me voy al campamento. Mi papá no me dio opción. Es la primera vez que voy a dormir tantos días fuera de mi casa, excepto cuando lo operaron a papá de la hernia y me mandaron a dormir a lo de los abuelos. La pasé genial. Vimos la noche del domingo y comimos comida armenia, bastermá, para ser exactos. Me quedé mirando los partidos de beisbol en ESPN hasta tarde y cada tanto cambiaba al I-Sat donde daban una medio zarpada.
*
Acabamos de llegar al campamento. Me trajo mi tía Ruth en su fiat uno. El viaje se me hizo largo, en el camino habló mucho de su ex novio y de cómo, cuando estaba deprimida, un día conoció al Señor y todo cambió. No entendí si me hablaba de un novio nuevo o qué. La dejé hablar. Nos bajamos.
La tía saluda a un señor gordo: el pastor Eduardo y me presenta. Le dice que quedo en sus manos y se despide de mí. Le miro las manos al gordo, le transpiran, tiene las uñas demasiado limpias y los dedos peludos. Entremedio de los pelos de las manos asuma una anillo enorme con una cruz y unas letras pequeñas que no logro leer. Me acaricia la cabeza despeinándome y me señala donde dejar mis cosas. Ruego que sea la última vez que me toque.
En la habitación dormimos diez varones. Hay cuchetas con colchones viejos y frazadas con olor a tierra. Hay un maestro por cada habitación y dos edificios separados. En uno duermen las nenas y en otros los varones. Nos explican las reglas del campamento. No podemos hacer casi nada, excepto cantar, orar y leer la biblia. Rápidamente me aprendo el nombre de todos los chicos de la habitación y me hago amigo de Alejo que duerme arriba de mi cama, se pasa el día leyendo una biblia. Sabe mucho de aviones, el papá es piloto. Yo le explico de beisbol y le enseño las reglas básicas. Es inteligente, parece entenderlas. Me pregunta si estoy bautizado, miento que sí.
Por la tarde vamos a la pileta. Es grande, el agua está muy fría porque es de manantial, me explica Alejo. Las chicas toman sol en el borde de la pileta. Me quedo mirando a una de malla fucsia que sobresale del resto. Es más alta que todas y ya le crecieron tetas. Alejo también la mira y siento celos. Como se me empieza a parar, camino medio encorvado con las manos en los bolsillos y me tiro rápido al agua helada.
A la noche hay reunión. Hago el amague de quedarme en la pieza leyendo una revista, pero me obligan a ir. Cantan varias canciones sobre tocar al Señor. No sé si será el mismo que había conocido la tía Ruth. A esta altura creo que los evangelistas son bastante toquetones. Durante el culto algunos se largan a llorar, otros se tiran al piso. Tengo ganas de irme a mi casa. Nos piden que cerremos los ojos, yo hago caso y me pongo a pensar en María Luz. El pastor gordo pasa adelante y se pone a hablar. Nos cuenta una historia sobre un tipo que por desobedecer a dios se lo come una ballena. Nos pregunta si sabemos de quien habla y yo grito entusiasmado que se trata de Gepetto, el papá de Pinocho. Todos se ríen. El gordo me explica que ese es un cuento infantil, que este tipo se llamaba Jonás y de verdad existió porque lo dice la biblia.
Al otro día hacemos una caminata para buscar leña para el fogón de la noche. Encontramos una yarará y la matamos. La traemos enroscada en un palo. Las víboras te dan miedo hasta cuando están muertas.
En la pileta jugamos a tirar y encontrar monedas de un peso. Tiene una parte bastante profunda, que cuando me hundo me zumban los oídos. Abro los ojos abajo del agua aunque sé que más tarde me van a arder. Alejo tira la yarará muerta en la pileta y se arma un quilombo bárbaro. Abelito, el hijo del pastor, se desmaya y se abre la cabeza con el borde de la pileta. Lo llevan al hospital Funes y le hacen cinco puntos.
*
A la noche el pastor furioso nos habla del pecado y de la víbora de Adán y Eva. Le transpiran las manos más que nunca y se pasa un pañuelo de tela por la frente. Está sacado, dice que el diablo nos tienta todo el tiempo como la víbora. Entonces yo creo que hicimos bien en matar la Yarará porque era el diablo. El gordo, con la mano abierta enumera todos los pecados, como si estuviera contando el cuento de quien compró, pelo y se comió el huevito. Dice que masturbarse está mal y que el Señor nos mira todo el tiempo. Los evangelistas son toquetones y mirones.
Durante el fogón le pregunto a Alejo qué es masturbarse y me dice que es como hacerse la paja. Le digo que nunca me hice una. Me cuenta que está re bueno y se ofrece a enseñarme. Le pregunto a que se parece y me dice que es como destapar una coca cola. Nos escapamos del fogón y nos escondemos en la pileta. Abelito, con la cabeza vendada nos sigue a todas partes. Los tres sentados en el trampolín hojeamos unos recortes de revistas que Alejo guarda dentro de su biblia. Nos explica la técnica, y lo seguimos el pie de la letra, no es para nada difícil.
El domingo viene tía Ruth a buscarme. Me pregunta cómo me fue y le cuento todo, menos la parte del trampolín. Le digo que Alejo me regaló una biblia y que pienso leerla todos los días. Se emociona y me abraza.
El lunes vuelve el aroma a manzanilla. Cuando dejo a María Luz en su casa se hacen las seis de la tarde. De regreso a mi casa pedaleo a toda velocidad porque recuerdo que en la heladera quedaron alfajores Havanna. Entro a mi casa y manoteo la biblia de Alejo. Mientras hago pis sentado la hojeo y descubro intactos los recortes de revista. Me empiezo a amigar con la hora rara.
El tigre de Erevá
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