Cumple de mamá, 1991 / Alejandra Zina






Lo de siempre.

Eso pensaste.

Lo de siempre.

La Negra y José eran tus mejores amigos. Los únicos que dejabas entrar a la casa. No era la primera vez que tu mamá los invitaba a su cumpleaños. Ya habían venido antes. A ellos no les molestaba. A la que le molestaba era a vos. ¿Por qué tenía que invitar a tus amigos? ¿Por qué no se hacía amigos de su edad? Si hubiera otros invitados, todavía. El problema era que ellos iban a ser los únicos.

¿Y su pareja? Después de tu papá salió con un hombre. Se llamaba León. Era un buen tipo, al que quisieron de verdad. Nunca supieron lo que pasó entre ellos, pero un día las visitas y los llamados terminaron. Antes de que desapareciera de sus vidas, León le escribió una carta a cada una. Sus palabras eran tiernas y estaban llenas de buenos deseos para el futuro. Esa fue su forma de despedirse.

Así que no. Pareja no tenía.

¿Y su familia? Tu abuela vivía enLa Cumbrecitay con tus tíos había dejado de hablarse hacía tanto tiempo que ninguna recordaba cuándo fue la última vez.

Ella decía que su única familia eran ustedes dos: vos y tu hermana Paula.

La noche del cumpleaños usaron la mesa grande del living. Cumpleaños, navidad y año nuevo comían ahí. Y cuando comían ahí todo era distinto. Tomaban la gaseosa y el vino en copas, cortaban con cubiertos de metal y se servían en platos de loza blanca.

Era cierto que La Negra y José te visitaban día por medio, pero no por eso dejaban de ser los invitados de una fiesta.

Lo normal era que estuviesen las tres solas. En las comidas, en el cine, en la guardia de un hospital, en un micro de larga distancia. Sólo tu mamá, Paula y vos. La intimidad de ustedes tres tenía la forma de un triángulo equilátero. Cualquier otra persona, cualquiera, era un punto fuera del plano. Un puntito, una nada.

La primera en llegar fue La Negra. Llevaba minifalda de jean,  musculosa verde oliva y sandalias de cuero. La Negra siempre usaba remeras ajustadas para lucir sus tetas, que eran pesadas y redondas como las de una mujer que ya dio de mamar a varios hijos. A ella le tocaron así de nacimiento. Tuvo suerte. A vos la naturaleza te hizo tablita de atrás y de adelante.

La Negra trajo un ramo de fresias de regalo. Tu mamá se lo agradeció y elogió las flores de forma exagerada. Dijo que eran sus preferidas. Pero si hubiesen sido jazmines, rosas o claveles, habría dicho lo mismo. Lo más importante era lo que seguía: que sus hijas, es decir ustedes, estaban esperando a que espichara para pasar por el florista.

Tu mamá le dijo a La Negra que se pusiera cómoda y a vos, que te encargaras de las flores. Ella tenía que dar vuelta el pollo y Paula estaba viendo la tele en su cuarto. Quitaste el celofán y pusiste las fresias en un florero con agua. Después lo llevaste a la mesa para que se lucieran. Eso pensaste. Que las flores se lucen cuando alguien las ve. Como las tetas de La Negra debajo de la remera ajustada.

José llegó con olor a perfume, pantalones pinzados y camisa de manga corta. Te hizo gracia verlo así y se lo dijiste. También le dijiste que preferías los jeans desflecados y la remera roñosa de Frank Zappa. José se encogió de hombros. En cambio a él le gustaban tus zapatos de taco. En su humilde opinión, tenías que ponértelos más seguido. Sus opiniones nunca eran humildes. Pero el piropo no te cayó mal.

Tu mamá escuchó las voces y salió corriendo de la cocina. ¿Por qué corre si nadie se va a escapar? Cuando lo vio a José le pasó el brazo por el hombro y lo apretó contra ella.

-¡Pero mirá cómo te viniste!

José sonrió sin mostrar los dientes y se dejó abrazar por tu mamá. Se sentía avergonzado. Vos también.

-A que tenés novia… -dijo ella, tirando la lengua para donde le gustaba enredarse.

-Mamá.

-Bueno, empecemos a comer. Llamá a tu hermana.

Gritaste varias veces, pero como Paula no respondía tuviste que subir a buscarla a su cuarto. Eso te dio bronca. No te gustaba dejar a La Negra y a José a solas con ella.

Cuando entraron al living, ya estaban sentados a la mesa.

-Las estábamos esperando para brindar -dijo tu mamá.

-Menos mal –respondiste, sin preocuparte por esconder tu enojo pero tampoco con la intención de seguir la pelea. Simplemente te salió así.

-Qué mala onda… -dijo ella, y eso te puso peor. También te robaba tus palabras.

La Negra se dio cuenta y te tocó la pierna por debajo de la mesa. Para que sintieras que estaba de tu lado. O para que aguantaras hasta el final. O para que te callaras. Vos miraste a tu amiga y alzaste la copa. Los demás hicieron lo mismo. Se pusieron de pie y brindaron por la cumpleañera. Antes de sentarse, tuvieron que volver a brindar porque Paula se había servido agua en vez de vino y, vaya a saber por qué, con agua se brinda dos veces.

-Es autoservice –dijo tu mamá y cada uno se sirvió su tomate relleno y una porción de ensalada rusa.

José empezó a contar una película polaca que había visto el día anterior. Las cuatro estaban atentas a él. Sin querer, descubriste la mirada embobada de tu hermana mientras José explicaba el sentimiento trágico de la protagonista. Él hablaba así, dándose aires.

         La Negra hacía chistes guarangos sobre la película mientras se servía otra cucharada de rusa. El cine no era lo suyo. A ella le gustaban los chicos y salir a bailar.

         -La Negra se parece a mí –dijo tu mamá-. Cuando yo era joven, moría por ir a bailar. En mi época decíamos ir a la disco o ir la boîte.

         José comía el tomate relleno mientras tu hermana se lo morfaba con los ojos y vos rogabas para que no empezara con la cantinela de siempre: los días en que tu papá era el novio superstar, los viajes en fitito, aquella maravillosa vida sin hijos ni obligaciones.

         -Nosotros no nos privamos de nada. De nada. Además el papá de las chicas era un gran bailarín. Había que seguirlo, eh –dijo ella mirándote a los ojos.

         -¿Traigo el pollo? –preguntaste con tu mejor cara de culo.

         A ella se le borró la sonrisa y enseguida te sentiste una basura. ¿Por qué la trataste así? ¿Por qué? ¿Tanto te costaba complacerla el día de su cumpleaños? ¿Qué mal te hacía contando esas historias del pasado?

         -Dejá que voy yo. Sos tan torpe que por ahí te quemás como la semana pasada –dijo tu mamá devolviéndote el cachetazo.

         Cuando ella se fue, Paula preguntó tímidamente.

         -¿Dónde viste la película?

         -La alquilé en el video.

         -Parecía interesante.

         -Si le gustó a José debe ser un embole –dijo La Negra.

         -No sé… Por ahí me gusta.

         -No te hagas ilusiones. Éste nos llevó a ver cada bodrio.

José sonrió sin ofenderse. Se sentía seguro de sí mismo.

Tu mamá trajo el pollo y preguntó quién comía pata. Resultó que la pata era la presa preferida de todos y ella propuso hacer un sorteo. Vos dijiste que no te molestaba comer pechuga o muslo, pero ella se encaprichó con la idea del sorteo y había que hacerlo. Escribió los nombres en cinco papelitos, los sacudió dentro de sus manos y te pidió que sacaras dos. Ganaron José y Paula. Todos festejaron menos vos. Los ganadores chocaron las patas de pollo en el aire como si fuesen copas y se las comieron.

Destaparon otra botella de vino y a tu mamá se le ocurrió poner algo de música.

-¿Para qué?

-¿Cómo para qué? La música alegra el alma –dijo ella y fue hasta el modular donde guardaban los discos.

Te pusiste a levantar la mesa como para hacer algo. Como para no estar ahí cuando empezara a sonar la música. La Negra te ayudó a llevar los platos. En la cocina, aprovechó para preguntarte si Paula gustaba de José.

-No sé. Con mi hermana no hablamos de chicos.

-Pero es obvio que algo pasa -insistió La Negra.

-Cosa de ellos -dijiste antes de hundir la vela en el centro de la torta.

La música empezó a sonar a todo volumen.

Cuando volvieron al living, la viste a tu mamá bailando con José.

GLORIA.

GLO-RI-A.

Una canción del año del pedo.

Ella tarareaba la melodía mientras giraba en el lugar. Cuando te vio, José se encogió de hombros como disculpándose. A La Negra se le iluminó la cara, agarró a Paula de la mano y la sacó a bailar.

Vos te quedaste de pie, con la torta entre las manos. Te llamaron para que te sumaras y dijiste que no con la cabeza. Te dijeron amarga, aburrida, pata dura. Los ojos te empezaron a picar. Te temblaron las manos y por poco se te cae la torta a la alfombra. La apoyaste sobre la mesa y te chupaste las uñas manchadas de chocolate. Ellos no lo notaron. En ese momento estaban siguiendo una coreografía que propuso La Negra: manos a la cintura, cadera en ula ula, giro, brazo derecho arriba, brazo izquierdo arriba, saltitos en el lugar, giro.

GLORIA.

GLO-RI-A.

Ahora habían formado un trencito con tu mamá a la cabeza.

GLORIA.

GLO-RI-A.

Los cuatro empezaron a bailar alrededor de la mesa.

-Dale, subite al final -invitó La Negra.

-Agarrame, agarrame –gritó José.

-Que-se-suba-Que-se-suba-Que-se-suba -cantaron todos.

Me  voy.

De pronto, pensaste eso. Mientras el tomate relleno, la rusa y el pollo se revolvían en tu estómago. Fue tan fácil pensarlo. Cómo no se te había ocurrido antes. La frase empezó a repetirse sin parar hasta que dejaste de oír la música y las risas de los demás, como si estuvieras adentro de un cohete que sale disparado al espacio.
mevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoy
mevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoy
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voymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoymevoyme
voymevoymevoymevoymevoymevoym

Tu cabeza se apagó de golpe cuando sentiste el aliento a vino mezclado con el olor de su piel. El de siempre. El que olías en su pieza. En su ropa. En sus sábanas. El olor que extrañabas cuando ibas a dormir a la casa de tus amigas. Ese fue el olor que se te vino encima. Y, sin saber por qué, te corrió una lágrima caliente por el cachete. Y otra.

Por eso en esta foto saliste así, con el maquillaje corrido, mientras tu mamá te envuelve en sus brazos y te besa el pelo.

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