El hambre de los muertos // Alberto Laiseca




La negra tomasa, todas las noches, acostumbraba contarle cuentos espantosos al niño de la casa. El chico se llamaba Virgilito. Era una relación rara la de la negra con Virgilio, porque el pibe se moría de miedo con los cuentos que le contaba la mujer pero al mismo tiempo le gustaban. 

—¿Virgilio… te parece que esta noche… te parece que… esta noche también te cuente un cuento?

—Sí, contame.

—¿Pero estás seguro? Mirá que este cuento es bastante espantoso, ¿eh?

—No importa. Contameló. Me gustan.

—Bueno… si vos mismo lo pedís… ta’ bien. Yo te lo cuento. Después no te quejes, ¿eh? No te vas a quejar después.

“Allá en el viejo San Telmo, cerca del Bajo, había una casa en esquina, formando ochava. Creo que todavía existe esa casita. Estaba habitada por negros. Como era un lugar muy chiquito los negros estaban apilados uno arriba del otro. Y un día de esos vino la fiebre amarilla y los mató a todos. Así que la casa quedó llena de espíritus. Se sentían ruidos raros ahí. La gente no se animaba a pasar.

Alaridos. Gemidos. ‘¡Me quemo! ¡Me quemo! ¡Tengo fuego en la cara, en la cabeza! ¡Agua! ¡Agua!’. Y no había nadie. El lugar estaba vacío.

Como a los treinta años de este sucedido se metió a vivir en ese lugar abandonado, que todos tenían por lugar de fantasmas, una mujer joven con un crío de teta. Chiquito. Todos le habían dicho: ‘Margarita, no te metas ahí porque es un lugar de muertos sin justicia. Te van a cortar la leche que tenés para el crío’. Entonces la mujer se enojó: ‘¿Ah sí? Usted habla eso porque tiene lugar, usted tiene casa, ¿eh? ¿Qué hago yo? ¿Adónde voy a ir con el crío, debajo de un árbol?’. Y se fue.”Ahora, ruidos de cadenas la mujer no escuchó. Gemidos, voces, tampoco. (No había ni una luz, ni un reflejo). Lo que sí, a pesar de que la mujer tenía mucha leche, y que el nene tomaba como un desesperado, cada vez se estaba poniendo más flaquito. Casi se le podían ver los güesos. Más flaquito y más flaquito. Entonces la mujer, desesperada, se fue a ver a la bruja de la vuelta. Era una mágica buena, que no hacía maléficos; al contrario: cuidaba a la gente pobre. No bien lo vio al crío la bruja ya supo. ‘Hiciste bien en venir, m’hija. Son los muertos los que te están sacando la leche. Como está todo oscuro vos sentís que te chupan los pezones, y creés que es el nene. Pero no. Son los labios de los muertos los que te están sacando la leche’.

Menos mal que la bruja era buena y los apañó en su casa en un rinconcito a la mujer y a su crío hasta que se pudieran conseguir otra comodidad. Y le dijo la mágica: 

‘¡Oíme bien, muchacha! dos días más (dos días, ¿eh?) 

que vos te hubieras quedado en la casa y el nene se te moría”.

No bien Virgilito comprendió que la negra había terminado este cuento le dijo: 

—¡Ootro! ¡Contame otro!

—Nooo, qué otro. Te me ponés a dormir ya mismo sin falta. Después tu papá va a andar diciendo que no podés dormir porque yo te cuento historias raras. Así que ahora te me ponés a dormir inmediatamente. Te me tapás, si no, van a venir los muertos sin justicia, ¿eh? 

Te van a venir los muertos sin justicia. Así que a dormir que hay chinches. A dormir. Ya mismo se me pone a dormir.

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